A.R.B
Era tiempo de confesar la verdad, en realidad era tiempo de escribirla; como suele suceder con las verdades ya le corresponderá a otros asumirlas como tales, él se contentaría con escribir sobre lo que aconteció, que no es poca cosa dado los tiempos que corren y donde cada cual puede elegir en que verdad creer según el canal que le venga en gana. Tomo el lápiz que le había costado varios atados y algunas comidas conseguir, las hojas eran otra cosa que había costado lo suyo, como goma de borrar se contentaría con usar la miga de pan del desayuno.
Desde un espejo herrumbroso le devolvía la mirada un saco de piel y huesos, pensar que cuando entro al talego pesaba sus buenos 90 kilos, lo primero en irse habían sido su barba y el pelo largo, los guardias habían sido bastante claros al respecto, sobre todo cuando lo afeitaron sin espuma y sin agua, se palpo la cicatrices sobre el mentón y el vello se le erizo en la espalda cuando recordó los manguerazos de agua a presión contra la pared.
Resultaba irónico encontrarse entre rejas por algo que bien podía ser considerado como el menor de todos sus crímenes “si solo supieran la verdad” se repetía, por ello es que había decidido escribir sobre ella, ¿quien le decía? quizás hasta un día podría perdurar junto con su victima en la inmortalidad como una sanguijuela que bebe de la sangre de los genios de su fama.
La luz no era muy buena pero era lo mejor que había, escribir en otro lado que no fuera la celda resultaría a la larga perjudicial para su salud y para la suerte de lo escrito. Recordó mentalmente que debía guardar algunas cajetillas de cigarrillos para sobornar al guardia del turno de noche y empezó a garabatear la verdad.
“Tengo 30 años, de ellos los 30, son años de exilio, aunque al contrario que otros no considero el exilio como un drama o como una de las peores épocas de mi vida; supongo que ello mas que nada se debe a que la idea de exilio en general es voluntaria o al menos el exilio que corre en estos días no así el clásico pero este no era mi caso; el exilio del que yo hablo o el que padecí, es un exilio que siempre estuvo ahí. Un exilio mexicano, con pasaporte argentino falso, con pasaporte español, con apellidos bolivianos, con visa de refugiado de la ONU; un exilio con una niñez de 5 jardines de infantes, 8 escuelas y 3 secundarias; un exilio que carga un acento que se amolda según la ocasión pero con eufemismos que a la larga te delatan. En definitiva un exilio heredado.
La cuestión es que ese era yo, aquel en el que el pasaporte dado por los suecos figuraba bajo la nacionalidad el titulo de apátrida y al que hoy los mismos suecos que lo habían recibido no querían albergar por miedo a no se que problema con los inmigrantes y la mano de obra nacional, ese era yo volando hacia una Barcelona en la que creía, por aquel entonces, se escondía mi camino, un joven que procesaba como español, comía como argentino, vivía como un sueco, pero pensaba como un sudamericano.
Caminando por la rambla perdido en mis pensamientos pensando que el acento siempre me cambiaba las raíces: allí en Barcelona me decían Andaluz y a mí que no me disgustan los andaluces, por sobre todas las cosas sus grandes poetas (muchos de ellos exiliados) menos me molestaba el calificativo; como si me fastidiaba que me llamaran gallego los argentinos.
Una vez leí que el exilio en realidad debe ser considerado un viaje pero mi problema radicaba en que mi viaje había sido mi vida en realidad mi vida era el exilio de los demás ¿Cómo se compara uno con aquellos que han elegido irse por voluntad propia o que al menos han sido expulsados y aspiran a volver algún día a su tierra? Yo no anhelaba eso, no anhelaba una patria.
A menudo pienso que de estar en aquella posición posiblemente me hubiera ido también, aunque a ciencia cierta podría haberme quedado y exiliarme en el mismo país pues no es difícil encontrarse con el paso del tiempo con que uno siempre esta yéndose cuando en realidad creía que nunca se movió.
Llegue a pensar que el nexo de mi búsqueda era México, resulta de todos conocidos la preferencia de los que se exilian en Latinoamérica (y algunos rusos porque no decirlo) de tomar la tierra de Villa y de Zapata como un lugar de paso o remanso obligatorio; hacia allí me dirigí en una primera instancia pero me fue difícil congeniar con los que creían que tenían el privilegio de ser los verdaderos exiliados en el DF y sus aledaños. Topaba a menudo con la suspicacia y la mirada de algunos comensales de las tantas cenas a las que se me invito que parecería decir “vos no estuviste aquí cuando no había nadie, cuando éramos los primeros”.
Como se puede ver las cosas no salieron como lo esperaba pero por aquel entonces no tenia los 30 años de los que hoy me jacto y con menos edad algunos problemas no parecen tales aunque debo reconocer que discusiones que hoy me parecen triviales parecían en al que entonces cuestiones de vida o muerte pero estoy desvariando en relato pues no fue en México donde lo que vengo a confesar, aunque mas que confesión sea esto una especie de crónica de una verdad de lo pasado; como sea no fue DF la ciudad del hecho en cuestión aunque si me llevo de allí algunas reflexiones, varias borracheras y una par de cicatrices que contribuyeron a gestar el crimen que me tiene en esto de narrar. No el asunto o el homicidio para ser mas exactos aconteció aquí en Barcelona hará ya algunos años atrás y que me perdonen sus hijos cuando se enteren, si es que se enteran, pero todo resulto así y fue inevitable tanto para mi como para su padre.
Caminaba por la rambla camino hacia ninguna parte ensimismado en unos versos que dicen algo como: “mi lanza me da de comer, mi lanza me consigue el vino y en ella me apoyo para tomarlo…” cuando lo vi pasar. Era como yo y esos es mucho mas de lo que puedo decir al respecto, emanaba una aire de exiliado que no se exilia o de viajero que no viaja no se como decirlo, creo que hicimos buenas migas porque ambos queríamos ser como Bogart en el Halcón Maltes y sin saberlo los dos no éramos mas que una patética imitación de Mr. Cairo. La cuestión que como sin proponérnoslo nos encontramos tomando un café y después otro y cuando quisimos darnos cuenta de la hora el café se había convertido en vino, ¡bendito milagro de la multiplicación el que se produjo en aquel bar! no se como hicimos para escucharnos pues ambos callábamos verborragicamente nuestro gustos, el me hablo de la Araucana y de una banda de argentinos, escritores ellos, que el denominaba la Pesada, me gusto que a pesar de su edad fuera un hombre con prejuicios sobre todos y sobre todo, no hablo de los prejuicios raciales, políticos o religiosos (aunque debo reconocer que en política mas que prejuicios compartíamos rencor y bronca) ¡no!, hablo de los prejuicios que todos debemos tener para sentirnos capacitados a opinar y escribir, tan solo no se puede acepar todo lo que se nos da y hay ciertas cosa que no deben ser tenidas por buenas o correctas aunque a priori lo parezcan y aun que suene a política les juro que nosotros no hablábamos de ello hablamos de algo mas de un no seque que esta implícito en la literatura y que uno debe aprender a valorar, una especie de valor agregado.
Discutimos varias veces como alumno y discípulo en ocasiones como padre e hijo en otras; discutíamos hasta que las 2 voces se hacían una y en mi cabeza parecía resonar en un solo tono las preguntas y respuesta, los planteos y las contradicciones que cada uno de nosotros le hacia al otro, no se cuanto estuvimos así pero puedo decir que parecieron semanas o años y lo digo complacido de mi ignorancia pues cuando el deleite es tal uno deja de prestarle atención a nimiedades como el tiempo o el hambre, no había mucho que comer en aquellos días o mejor dicho yo no tenia mucho con que comprar comida pero por suerte nunca faltaba un libro o un café , recuerdo haber robado algunos títulos en aquella época alguno libros de poemas y relatos los tome con él o por su recomendación, eran vidas parecidas las nuestras aunque solo hablábamos de lo que a cada uno le importaba.
Nos preocupa en sobremanera sabernos eternos viajantes aunque yo le envidiaba a el su chile y creo que el envidiaba mi falta de patria. Solía mirarme al espejo y escuchar su voz decirme: “¿no ves la suerte que tienes? Eres un viajante sin ataduras. Puedes, si quieres, viajar eternamente”
No odiábamos a nadie pues ambos nos considerábamos incapaces de mantener un odio sostenido y aun creo que hoy sigo siendo igual aunque por momentos y a raíz de mi crimen no se si me odio a mi mismo, pero a la noche cuando me recuesto sobre la piltrafa que cubre mi camastro me doy cuenta que tan solo me detesto un poco por lo que hice pero no me odio.
Discutimos sobre los que volvieron a la patria aunque coincidíamos mayoritariamente que eran males necesarios y en algunos casos reconocimientos merecidos en los que se daba una suerte de demagogia cauterizante que servia para sanar la herida de la historia y para que los hechos no se repitieran en el pasado de todas maneras nos daba cierta comezón la actitud de algunos que decían ser cosa que no eran o se autoproclamaban cosas que jamás fueron una especie de urticaria producida mas bien por el recuerdo de aquellos que si fueron y hoy seguían sin aparecer pero nada que el mecer del viento de Barcelona en invierno no pudiera calmar.
Si las cosas iban tan de perilla ¿que fue lo que me irrito? pensaran ustedes cuando lean esto, no fue nada mas banal que la omisión de su parte de su enfermedad. Se moría y me entre por los diarios ¿como podía ser eso posible?, habíamos hablado de ella mil veces en soledad y creo recordar que como un lacónico Valery hablamos de la certeza de la finalidad y de un Pound que oscuro aun tiene tiempo para mandar a sus poemas a buscar nuevas fuentes donde recalar. El espacio para la confesión había sido generado, las pautas para la intimidad siempre había estado allí ¿Por qué ocultarlo? ¿desconfiaba de mi?
Ese pensamiento no me dejo dormir duran de varios días y me invito a evitar su compañía no quería yo que nos encontráramos, que mi rostro me delatara, estaba abatido por la desconfianza pensaba que quizás su afecto hacia mi persona no fuera mas que producto de la condescendencia o del cariño y no de una verdadera valoración intelectual. Lo encontraba insultante, humillante, sonaba en mi cabeza como las miradas de los exiliados, como la voz de ellos en mi diciéndome: “no estuviste aquí desde el principio, no comprendes” quise alejarme de allí me dije que era un viajante que no tiene ligaduras arme mi maleta y me fui a la estación central cuando quise darme cuenta estaba camino a Blanes quería oír la verdad de sus labios y ver en lo profundo de su reflejo que no me desestimaba sino que me comprendía como yo a el. El viaje aunque borrosos se tiño de una lluvia copiosa que hacia ver el mar como un animal herido cuyas convulsiones y espasmos azotaban la orilla esperando llevarse a alguien con el en su ultimo suspiro, desee que se alguien fuera el, lo desee desde el profundo rincón donde se generan los odios pero al rato ya estaba arrepintiéndome no era uno de esos tipos si lo fuera hubiera agarrado una 45 y habría empezado por otros y seguramente habría terminado por mi.
Al llegar allí descubrí que no conocía su casa pero me dije para mis adentros que solo podía vivir en un lugar, así que tome el camino que subía la ladera de la colina y enfoque para la casa blanca que se difuminaba en lo alto de la tormenta, llegue empapado de odio y calado de furia quería la explicación de su boca, al golpear la puerta repetidamente me encontré con la contrariedad de que la casa parecía estar desabitada, no había luces prendidas y nadie contestaba a mis llamados, golpee fuertemente hasta que tuve que parar por miedo de tirar la puerta abajo. Agitado y sin aliento, derrotado nadie respondía a mi reclamo hasta que de repente escuche una voz a mis espaldas; gire: era la vecina que me llamaba: “¿busca usted a Roberto?” Asentí agradecido y la vieja me indico que me acercara a su porche, al presentarme noto mi acento y la cara se le transfiguro “¿es usted pariente verdad?” No la desmentí pues en cierta manera lo era, “bueno mire…” su voz tomo un cariz amargo casi maternal como del que tiene que decir algo irremediable; la convide a seguir “… resulta que Roberto.. bueno usted debe saber de su enfermedad…” miraba perplejo a la vieja cuyo rostro se agrietaba a cada frase… “bueno el fue internado hace algunos días…¿una operación sabe usted?...” la lluvia no sonaba mas y yo solo podía focalizar la boca de la vieja que decía murió en quirófano y que a mi me sonó a te tengo lastima… lo ultimo que recuerdo es el mar embravecido después llego mi condena a perpetua aquí en el penal; hasta el día de hoy todo el mundo cree que yo soy un loco Latino que mato a una pobre viejita catalana nadie sabe que aquel día yo fui a Blanes a matar Roberto Bolaño y posiblemente nadie me crea si lo cuento por eso lo escribo.
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